¡No te lo vas a leer!
No soy muy amigo de las encuestas, pero según ellas España es uno de los países europeos con menor tasa de lectores. Concretamente el tercero por la cola, superando, sólo, a griegos y portugueses. Usando la lógica, supongo que el número real de índice de lectura tienda a la baja. Me imagino al periodista preguntando a un señor que pasea tranquilamente por el parque: “¿lee usted a menudo?”. Puede que su ámbito de lectura de reduzca a los mensajes de texto que los ingeniosos espectadores envían al programa de Ana Rosa Quintana, pero os aseguro dos cosas: la primera, que hay muchas posibilidades de que el señor se autocalifique como “lector asiduo” para aparentar cultura o disimular su falta. La segunda, que la gente que manda esos mensajes desde su móvil cree haber encontrado la combinación de palabras más graciosa de la historia de la televisión.
Es una pena que se pierda el interés por los libros. Parece que ya no pueden competir con Internet y los culebrones sudamericanos. Una inocente novela de aventuras requiere su dedicación: pensar, usar la imaginación para recrear la historia, releer algunos pasajes… Y la gente, claro, no dispone de tanto tiempo. Además, para algo se crearon las comedias de situación: veinte minutos de malentendidos, con tías muy buenas que actúan muy mal, en los que ni siquiera tienes que prestar atención: tú relájate, y cuando oigas risas enlatadas, ríete. ¡Bienvenido a la sección de precongelados del supermercado televisivo!
Y todavía hay amigos que me replican. Me piden que me fije en los hombres y mujeres que viajan en tren. Muchos de los pasajeros se pasan el trayecto leyendo libros “gordísimos”. No les falta razón, si bien soy de la opinión de que la mayoría elige esta actividad porque constituye el mal menor. Prefieren ojear un libro a quedarse mirando fijamente al pasajero que tienen a medio metro de su cara, algo realmente molesto. En unos años, cuando se normalicen los precios de los DVD portátiles de bolsillo y sean tan fáciles de usar que incluso mi abuela sepa manejarlos, casi nadie leerá en el tren.
En el fondo, somos conscientes de la falta de lectura, y no hacen falta encuestas infladas que lo confirmen. Los mayores perjudicados son los propios ciudadanos, pero también la gente a la que le gusta escribir, porque si nadie lee, ¿qué sentido tiene seguir escribiendo? Al menos queda una esperanza al revisar la historia. Grandes escritores, pintores o poetas. A muchos de ellos, sus contemporáneos les consideraban mediocres, gente de segunda fila, y sólo después de su muerte se reconoció la grandeza de su obra. Creo que esa es la razón que impulsa a estas personas a seguir adelante. Continúan escribiendo relatos y novelas, componiendo nuevos poemas, siempre con la esperanza de que alguien, algún día, dedique una pequeña parte de su tiempo a leer su obra, reflexione, y llegue a comprender en unas cuantas horas lo que a su autor le costó una vida.