martes, abril 25, 2006

¡No te lo vas a leer!

No soy muy amigo de las encuestas, pero según ellas España es uno de los países europeos con menor tasa de lectores. Concretamente el tercero por la cola, superando, sólo, a griegos y portugueses. Usando la lógica, supongo que el número real de índice de lectura tienda a la baja. Me imagino al periodista preguntando a un señor que pasea tranquilamente por el parque: “¿lee usted a menudo?”. Puede que su ámbito de lectura de reduzca a los mensajes de texto que los ingeniosos espectadores envían al programa de Ana Rosa Quintana, pero os aseguro dos cosas: la primera, que hay muchas posibilidades de que el señor se autocalifique como “lector asiduo” para aparentar cultura o disimular su falta. La segunda, que la gente que manda esos mensajes desde su móvil cree haber encontrado la combinación de palabras más graciosa de la historia de la televisión.
Es una pena que se pierda el interés por los libros. Parece que ya no pueden competir con Internet y los culebrones sudamericanos. Una inocente novela de aventuras requiere su dedicación: pensar, usar la imaginación para recrear la historia, releer algunos pasajes… Y la gente, claro, no dispone de tanto tiempo. Además, para algo se crearon las comedias de situación: veinte minutos de malentendidos, con tías muy buenas que actúan muy mal, en los que ni siquiera tienes que prestar atención: tú relájate, y cuando oigas risas enlatadas, ríete. ¡Bienvenido a la sección de precongelados del supermercado televisivo!
Y todavía hay amigos que me replican. Me piden que me fije en los hombres y mujeres que viajan en tren. Muchos de los pasajeros se pasan el trayecto leyendo libros “gordísimos”. No les falta razón, si bien soy de la opinión de que la mayoría elige esta actividad porque constituye el mal menor. Prefieren ojear un libro a quedarse mirando fijamente al pasajero que tienen a medio metro de su cara, algo realmente molesto. En unos años, cuando se normalicen los precios de los DVD portátiles de bolsillo y sean tan fáciles de usar que incluso mi abuela sepa manejarlos, casi nadie leerá en el tren.
En el fondo, somos conscientes de la falta de lectura, y no hacen falta encuestas infladas que lo confirmen. Los mayores perjudicados son los propios ciudadanos, pero también la gente a la que le gusta escribir, porque si nadie lee, ¿qué sentido tiene seguir escribiendo? Al menos queda una esperanza al revisar la historia. Grandes escritores, pintores o poetas. A muchos de ellos, sus contemporáneos les consideraban mediocres, gente de segunda fila, y sólo después de su muerte se reconoció la grandeza de su obra. Creo que esa es la razón que impulsa a estas personas a seguir adelante. Continúan escribiendo relatos y novelas, componiendo nuevos poemas, siempre con la esperanza de que alguien, algún día, dedique una pequeña parte de su tiempo a leer su obra, reflexione, y llegue a comprender en unas cuantas horas lo que a su autor le costó una vida.

viernes, abril 07, 2006

Pandora


Puede que un día despiertes y sientas que algo falla en tu vida.

Puede que necesites hablar con Pandora.

Puede que busques respuestas y sólo encuentres preguntas.

Puede que haya demasiada agua para un vaso tan pequeño.

Puede que precises olvidar árboles, rostros, senderos y nombres.

Puede que abandones las maletas y cruces a pie fronteras que creías inexistentes.

Puede que ese día nunca llegue.

Puede que ese día sea hoy.

martes, abril 04, 2006

Silencio y Silenfóbicos

Según la Real Academia Silencio significa… No, lo siento, no puedo hacerlo. Siempre he maldecido a la gente que comienza un texto con una definición. Descartada la opción R.A.E. podría continuar escribiendo una introducción digna de ser recordada, pero éste no es precisamente el tema más apropiado para ello. Vayamos a lo importante: el silencio.

Estoy de acuerdo en que la comunicación resulta vital para el hombre, es algo indiscutible, pero no veo la necesidad de hablar sobre el tiempo que hace en la calle porque no se te ocurra nada mejor que decir. Intercambiar profundas y estudiadas impresiones sobre el tiempo es algo muy habitual en los ascensores, uno de esos lugares en los que el silencio se convierte en pecado inconfesable. A las personas que temen tanto al silencio que se ven obligados a hablar por hablar les llamo silenfóbicos. Casualmente, es en los ascensores donde más rápido se reconoce a estos sujetos. No importa que repriman sus ganas de dar palique, en sus ojos puedes ver que lo desean. Sus manos tiemblan, el sudor les recorre los surcos de la frente y sus labios empiezan a despertar. Están buscando la frase perfecta para romper ese silencio que tanto les incomoda. No me quiero ni imaginar lo que tendría que aguantar si trabajase en Empire State Building de Nueva York. Subir todas las mañanas hasta el piso 99 acompañado por toda clase de silenfóbicos tiene que resultar agotador. Gracias a Dios, no sufro ese problema: ventajas de vivir en un primero.

Desgraciadamente, el rechazo popular al silencio no se reduce al ámbito de los ascensores: taxis, autobuses, bares, reuniones con antiguos compañeros… La lista es interminable. Pero el silencio no es siempre bueno. Hay silencios muy peligrosos y comprometidos. Por ejemplo, si tu chica te pregunta si la quieres y te quedas callado, vete preparándote: te esperan un par de semanas muy jodidas. Aunque en este caso es preferible el silencio a balbucear palabras sin sentido mientras te llevas la mano a la cabeza y repites en voz baja “mierda, con lo bien que iban las cosas”.

Por mi parte, procuro disfrutar al máximo cada segundo de silencio. Además, estos momentos me resultan útiles en mi vida diaria. Me ayudan a distinguir si realmente quiero o no a una persona, si estoy ante un verdadero amigo o ante un impostor pasajero. Cuando hablas con alguien y de pronto surge el silencio, si ninguno de los dos necesita abrir la boca para soltar una estupidez, entonces puedes confiar en esa persona. Es curioso, porque la gente suele pensar que una pareja sin comunicación no va a ningún sitio. Yo opino todo lo contrario: hablar siempre, sin sentido y por mandato divino es lo que deteriora una relación.

Pero por mucho que me pese, mañana se despertarán silenfóbicos en todos los husos horarios. Hombres y mujeres que prefieren el ruido, a los que el silencio les mata por dentro. Debe de ser porque si permanecen un tiempo callados comienzan a escucharse a sí mismos, y esto, para muchos, es más aburrido que hablar sobre nubes y frentes fríos.