jueves, marzo 23, 2006

Detectives de paisano

Ayer regresaba a Pamplona en autobús cuando nos detuvimos en plena autopista. La gente a mi alrededor empezó a saltar de sus asientos. En los siguientes veinte minutos apenas recorrimos 500 metros, y por fin vimos el problema: al otro lado de la autopista había un Renault Clio destrozado, y no se veía por ningún lado a los ocupantes. Casualmente habíamos parado justo al lado. Mis compañeros de viaje, al verlo, recorrieron el autobús buscando un sitio con mejor perspectiva, desde el que se pudiera apreciar el accidente con todo lujo de detalles. Los más recatados permanecían en sus asientos y optaban por un inverosímil y doloroso alargamiento de cuello para intentar ver, sin levantarse, lo que ocurría. No pude evitar darme un par de palmaditas en el cuello, para calmarlo, mientras pensaba en la teoría de Darwin. “No me extrañaría que dentro de unos siglos pareciéramos jirafas”. En ese instante, una mujer de unos treinta años sacó su móvil del bolso y enfocó hacia el Clio. Con una mano sostenía el móvil mientras que con la otra se tapaba la boca en claro gesto de preocupación. Parecía como si una fuerza externa le obligara, en contra de su voluntad, a fotografiar lo sucedido.
Pero como podéis imaginar, el asunto no terminó ahí: ahora llegaba el turno de las lanzar teorías al aire. Casi siempre que haya un accidente te encontrarás con expertos teorizadores, a los que un amigo mío llama Los Sherlock Holmes de la carretera. Esta variante del personaje de Conan Doyle trata de establecer razonamientos que den respuesta a dos grandes preguntas. ¿Quién tuvo la culpa del accidente? ¿Qué les ha ocurrido a los implicados? Ambas cuestiones se debatieron con profundidad. Cada pasajero tenía su teoría, y trataba de defenderla a toda costa con argumentos que carecían de cualquier fundamento: “Estaría hablando por el móvil y se ha despistado”. Decía uno de ellos. “No, no, lo más probable es que todavía quedara algo de nieve en la carretera y no haya podido controlar el coche”. Éstas eran, sin duda, las versiones más populares.
Pasaban los minutos y no paraban de repetir una y otra vez las mismas tonterías, pero sorprendentemente dejaron de hablar. Suspiré profundamente y sonreí, pero la sonrisa duró tan poco como el silencio. ¡Cómo lo había olvidado! Aún faltaba una parte fundamental: narrar las experiencias personales, compartiendo con los demás cómo vivieron aquel accidente “que casi les cuesta la vida”. Recordé una frase que leí en algún sitio: “la única razón por la que preguntas a alguien qué tal le ha ido el fin de semana es para contarle cómo te ha ido el tuyo”.

1 Comments:

Blogger Chema said...

Recien levantado de mi siesta, veo que me has escrito en el messenger, me recomiendas que entre a tu bolg y haga algun comentario si lo veo preciso, y bien, paso con cierta incertidumbre a leer esas palabras escritas por ti, amigo, y me doy cuenta de dos cosas.

La primera, es que estamos en un mundo basico, rodeados de gente basica, en el que mi unico consuelo ha sido pensar que de lo malo malo, representa menos competencia. sino caeria en una depresion estupidizante que me llevaria a ser asi de basico tambien y tu lo aprecias y lo captas perfectamente en tu articulo, bastante bien escrito por otro lado.

Y la segunda cosa, es que espero que siempre seamos amigos, porque me recuerdas a Beigbeder con ese cierto tono acido y desilusionado de esta sorpresa continua que nos rodea, llamada realidad, me recuerdas a el, solo que tu crítica cala mas y con mejores palabras. En cualquier caso me ha gustado, y es triste pero has reflejado la realidad tal como es amigo....un saludo desde Santander.

23 de marzo de 2006, 19:44  

Publicar un comentario

<< Home