Un buen periodista
Si no hay ningún imprevisto, los viernes suelo regresar a mi casa, en Santander, para estar con los amigos y la familia. El autobús, que sale desde Pamplona, tarda unas cuatro horas en llegar a su destino; cuatro horas que se hacen interminables, sobre todo cuando miro a mi alrededor y compruebo que la mayoría de los pasajeros duermen plácidamente. ¡Cómo pueden dormirse en un sitio tan incómodo! Yo, para no aburrirme durante el trayecto, escucho música; al menos así consigo distraerme un rato.
Aquel viernes no parecía diferente. Llegué temprano a la estación y fui uno de los primeros en subir al vehículo. Pasaban los minutos y nadie se sentaba a mi lado. El autobús arrancó, pero se detuvo a los pocos segundos, abrió de nuevo sus puertas y se subió, con dificultad, un anciano que recorrió lentamente el pasillo para sentarse a mi lado. Era un hombre bajito, de unos 80 años, con un sombrero marrón que apenas dejaba ver sus ojos.
Lo primero que hizo fue presentarse, se llamaba Javier. Después de hablar unos minutos sobre cosas intrascendentes, decidí abrir la mochila para coger el mp3 y colocarme los auriculares. Aún no lo había encendido cuando me interrumpió para preguntarme qué estudiaba. Le contesté que estaba en tercero de Periodismo. Pensé que la conversación terminaría ahí, pero insistió: “¿Por qué elegiste esa carrera?”. En mi interior solté un pequeño suspiro, me quité los cascos y le ofrecí la respuesta más vaga y sencilla que se me ocurrió: “desde pequeño me gustaba leer y escribir”. Él sonrió y me dijo que tenía un par de amigos periodistas. Por educación le pregunté a qué se dedicaba, aunque la verdad es que no tenía mucho interés en saberlo. Javier era un claretiano, que había venido a Pamplona a dar unas clases en el Colegio Mayor Larraona. Había dedicado toda su vida a la docencia, y no sólo en España. Durante varios minutos me contó lo duros que fueron los años que pasó dando clases a los niños en Sudamérica, en países como Chile, Bolivia y Perú. Y de esos sitios sólo hablaba maravillas. Continuamente se ayudaba de ejemplos, hablándome de la gente que había conocido en esos lugares. Su vida era realmente interesante. Había aprendido mucho de la gente que le rodeaba. Yo permanecía callado, simplemente escuchaba. “Hablar con otro es la mejor manera de aprender juntos”. Después de decirme esta frase me preguntó de qué equipo de fútbol era. “Del Madrid, por supuesto”. A partir de ahí comenzó una amena charla futbolística que terminó con una pequeña discusión amistosa: Javier era de la opinión de que los futbolistas de hoy no son como los de antes y yo defendía lo contrario.
Dejó de hablar de fútbol, para conversar sobre la importancia de escuchar a los demás, como único fin para comprenderse a uno mismo. Cambiando continuamente de temas de conversación llegamos a nuestro destino. Se despidió deseándome mucha suerte, me dio una palmada en el hombro y dijo en voz baja que sería un buen periodista. No supe qué contestar, tan sólo le di las gracias.
Aquel viernes no parecía diferente. Llegué temprano a la estación y fui uno de los primeros en subir al vehículo. Pasaban los minutos y nadie se sentaba a mi lado. El autobús arrancó, pero se detuvo a los pocos segundos, abrió de nuevo sus puertas y se subió, con dificultad, un anciano que recorrió lentamente el pasillo para sentarse a mi lado. Era un hombre bajito, de unos 80 años, con un sombrero marrón que apenas dejaba ver sus ojos.
Lo primero que hizo fue presentarse, se llamaba Javier. Después de hablar unos minutos sobre cosas intrascendentes, decidí abrir la mochila para coger el mp3 y colocarme los auriculares. Aún no lo había encendido cuando me interrumpió para preguntarme qué estudiaba. Le contesté que estaba en tercero de Periodismo. Pensé que la conversación terminaría ahí, pero insistió: “¿Por qué elegiste esa carrera?”. En mi interior solté un pequeño suspiro, me quité los cascos y le ofrecí la respuesta más vaga y sencilla que se me ocurrió: “desde pequeño me gustaba leer y escribir”. Él sonrió y me dijo que tenía un par de amigos periodistas. Por educación le pregunté a qué se dedicaba, aunque la verdad es que no tenía mucho interés en saberlo. Javier era un claretiano, que había venido a Pamplona a dar unas clases en el Colegio Mayor Larraona. Había dedicado toda su vida a la docencia, y no sólo en España. Durante varios minutos me contó lo duros que fueron los años que pasó dando clases a los niños en Sudamérica, en países como Chile, Bolivia y Perú. Y de esos sitios sólo hablaba maravillas. Continuamente se ayudaba de ejemplos, hablándome de la gente que había conocido en esos lugares. Su vida era realmente interesante. Había aprendido mucho de la gente que le rodeaba. Yo permanecía callado, simplemente escuchaba. “Hablar con otro es la mejor manera de aprender juntos”. Después de decirme esta frase me preguntó de qué equipo de fútbol era. “Del Madrid, por supuesto”. A partir de ahí comenzó una amena charla futbolística que terminó con una pequeña discusión amistosa: Javier era de la opinión de que los futbolistas de hoy no son como los de antes y yo defendía lo contrario.
Dejó de hablar de fútbol, para conversar sobre la importancia de escuchar a los demás, como único fin para comprenderse a uno mismo. Cambiando continuamente de temas de conversación llegamos a nuestro destino. Se despidió deseándome mucha suerte, me dio una palmada en el hombro y dijo en voz baja que sería un buen periodista. No supe qué contestar, tan sólo le di las gracias.
1 Comments:
hola de nuevo, viejos como esos no hay muchos, siempre resulta agradable encontrarse con gente asi pero tambien te puede tocar el tipico pesao que tienes ganas de que llege la parada pa bajarte o decirle mira no me importa lo que me estas contando ¿sabes?, pero esto son esperiencias nuevas.bueno aver si me pongo y pienso el titulo y la parrafada para iniciar mi blog.hasta la prosima
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